martes, 31 de enero de 2012

Retratos caricaturescos

Tras la lectura de la descripción que Juan Ruiz hace de la serrana de tablada, os lanzasteis a la aventura de crear vuestro propio "monstruo", algunos incluso os atrevisteis con el verso. El resultado ha sido terrorífico.

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Confundir al monstruo, Guillermo Pérez Villata


Me hallaba atendiendo a los clientes de la posada, cuando algo insólito apareció delante de mí. Una criatura extraña y sin forma exacta. Tenía la cabeza del tamaño de dos melones maduros, mas su cuerpo era fino cual fideo. En cambio, era alto como la mayor de un galeón. Parecía más farola que humano.
Sus pies eran desproporcionados, uno inmenso cual elefante, otro enano cual codorniz. Las manos no eran muy distintas, solo que no la había pequeña, ambas eran grandes. Mal fortunio a quien le estrujara la mano. Las uñas eran amarillas y afiladas, parecían salidas de un oso. Los brazos y las piernas eran como las de una persona normal, por lo que uno se pregunta cómo consigue levantar sus manos gigantes. Sus piernas estaban llenas de bultos y pelos de ballena.
Su cara daba espanto: un ojo del tamaño de una naranja, y el otro de una aceituna; la boca, grande con labios de gorila y sus dientes, los pocos que quedaban, eran amarillos y ninguno estaba entero, Dumbo abría tenido envidia de semejantes orejas.
Por suerte tamaña bestia solo vino a por una residencia, pero yo no pude dormir sabiendo que tal criatura dormía a mi lado.
Isidro Romero Sánches


Esa mujer no es tan fea como dicen, simplemente tiene un par de imperfecciones. No es muy alta, medirá poco más de medio metro, cual champiñón de campo. Ella es mas bien entradita en carnes, sea cual sea el tipo de ropa que se ponga parece embutida en un chorizo. Tiene el pelo muy largo, llega mas allá de la cintura, las puntas muy estropeadas y abiertas con sus raíces un poco grasas. Sus cejar son del mismo color de su pelo, un rojo anaranjado, y llegan a juntarse entre los ojos. Sus ojos, sin embargo, son muy bonitos, de un azul verdoso. Su frente y su gran nariz están llena de granos, ir con ella es como ir con una paella. Entre la boca y la nariz unos negros y gruesos pelos empiezan a aparecer. Tiene las facciones de la cara muy marcadas y una gran verruga sale de la punta de su barbilla. Tiene el cuello muy fino y largo, cuello de jirafa parece que fuera. Sus brazos son muy gruesos y cortos, como morcillas, y sus dedos son gordos y pequeños como salchichas. Pecho no tiene, se lo disimula con papel, y sus caderas, muy anchas, balones de fútbol parece que son. Sus piernas, muy gruesas y velludas cual pata de jamón, y sus pies tan chicos como los de un bebé.

Paloma Ríos 


Mi vecina Remedios tiene la cara hecha de un orejón, como la fruta seca. Se podrá ser fea, pero nunca como mi vecina Remedios. Mas menos rubia, porque en su cabeza lo que queda de su pelo se puede igualar a un campo de fútbol lleno de calvas. Su nariz conversa con la barbilla, que si se juntan hace garra como el pico de un ave; su boca está a la sombra de la nariz, sin dientes ni muelas. Sus ojos se encuentran como en dos cuevas. De orejas largas y desplegadas como antenas parabólicas, su cuello es tan delgado y largo como una jirafa. Su trasero es tan grande que cuando pasa por cualquier sitio va tirándolo todo. Y tiene pies tan grandes que cuando anda le cuesta moverlos del sitio. Su forma de vestir es muy extravagante, lo mismo usa un pantalón de color amarillo de cuadros y una blusa roja de lunares, a lo que acompaña casi siempre en invierno con un gorro, sombrero o tocado de diferentes colores.

Laura Ocaña

Mi amigo era un joven asombroso. Tenía un aspecto desagradable, por lo menos yo no conocía a alguien tan feo. Mientras paseábamos, íbamos hablando y a mí me repugnaban las babas que le colgaban de la boca; no vocalizaba bien palabra alguna, como si un mazapán tuviera dentro de la boca. 
Aunque era joven, tenía la piel colgante con más pliegues que un bolso vacío y una gran papada que le hacía parecer un anciano. Su nariz era un saxofón con dos grandes agujeros como los de la capa de ozono. Aquellos ojos, rodeados de dos grandes ojeras oscuras como puñetazos, eran difíciles de mirar debido a su tamaño tan peculiar. Los tenía tan saltones como los de una rana. Sus cejas eran tan peludas como las de un oso y sus orejas tan grandes como las de un burro. Unos gruesos y agrietados labios era lo que tenía en la parte inferior de su cara. Su frente siempre estaba arrugada y su ceño fruncido, lo que mostraba su mal genio. En vez de barba poblada, unos pelos largos y aislados colgaban de sus mejillas y su barbilla.
Caminaba a trompicones, con un hombro mas alto que el otro, lo que le hacía andar con una estabilidad propia de un mono, y sus piernas eran tan gordas como las de un elefante. Tenía un cuerpo tan amorfo que no se sabía lo que era pecho ni lo que era barriga.
Cuando se despedía de mí, me acercaba su pegajosa y peluda mano con unos dedos tan anchos que parecían un muestrario de boniatos. 

Joaquín Segovia
                                                                                                        
Cabeza gorda y abultada,
rechoncha y deformada.
Rostro largo y descuadrado,
peludo de lado a lado.
Cabello sucio y maloliente
al agua abstinente.
Iris perdido y desviado
buscando a su aliado.
Su mirada...
Torso moxmordo y esculpido
terreno montañoso.
Zancas de modelo;
morenas de terciopelo.
Pezuñas manchegas,
olor que ciega.
Brazos de azteca,
ausencia de muñeca.
Sus andares...

Camina ausentado entra las gentes,
cohibido,
algunos caídos.
Ni accidente ni percance,
ni infortunio ni desgracia:
Jolgorio y regocijo 
del que no anda fijo.
Raúl Alfaro
 
 
Era una persona horrorosa. Tenía una cara extraña, con un ojo más grande y alto que otro, uno era verde, otro marrón. Su frente era muy grande, llena de arrugas. Las cejas, naranjas, contrastaban con el pelo rubio y de muy escasa cantidad. No tenía nariz, solo dos agujeros en la piel. Sus labios eran gruesos con dientes largos y amarillos como los de un conejo. Una barba espesa y negra ocupaba gran parte de su cara, dejando las paletas escondidas detrás del pelo. Su voz, insoportable, de pito, era una rompe tímpanos. Tenía las orejas  más grandes que las de un elefante. Sin apenas cuello, iba siempre encorvada, sin levantar la mirada del suelo. La chepa que le salía de la espalda hacía que se pareciese a una tortuga. El pecho lo tenía metido hacia dentro, pero el esternón sobresalía del pecho. La barriga, inmensa, parecida a la de un luchador de sumo, era asquerosa, había que meter una excavadora para encontrar el ombligo. Tenía piernas gordas y peludas, mientras que sus pies eran ínfimos, como los de una rata. Tenía un rasgo peculiar, difícil de ver,  siete dedos en un pie y seis dedos en otro. Una persona extraña.
Francisco Javier Romero
Si os gustán, pinchando aquí podéis leer el de Alejandro Velázquez.

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